lunes, abril 21, 2025
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Miguel Hernández Gilabert, poeta , dramaturgo y luchador antifascista

Foto:Miguel Hernández leyendo su famosa «Elegìa a Ramón Sijè», su amigo fallecido repentinamente en diciembre de 1935.

El 28 de marzo de 1942 en la prisión de Alicante-España- moría Miguel Hernández. Habían pasado 31 años desde su nacimiento el 30 de octubre en Orihuela

De familia humilde, tiene que abandonar muy pronto la escuela para ponerse a trabajar; aun así desarrolla su capacidad para la poesía gracias a ser un gran lector de poesía clásica española. Forma parte de la tertulia literaria en Orihuela, donde conoce a Ramón Sijé y establece con él una gran amistad.

A partir de 1930 comienza a publicar sus poesías en revistas como El Pueblo de Orihuela o El Día de Alicante. En la década de 1930 viaja a Madrid y colabora en distintas publicaciones, estableciendo relación con los poetas de la época. A su vuelta a Orihuela redacta Perito en Lunas (1933), donde se refleja la influencia de los autores que lee en su infancia y los que conoce en su viaje a Madrid.

Ya establecido en Madrid, trabaja como redactor en el diccionario taurino El Cossío y en las Misiones pedagógicas de Alejandro Casona; colabora además en importantes revistas poéticas españolas. Escribe en estos años los poemas El silbo vulnerado (1934), Imagen de tu huella (1934), y el más conocido: El Rayo que no cesa (1936).

Toma parte muy activa en la Guerra Civil española adhiriendo al Partido Comunista, y al terminar ésta, intenta salir del país pero es detenido en la frontera con Portugal. Condenado a pena de muerte, se le conmuta por la de treinta años pero no llega a cumplirla porque muere de tuberculosis el 28 de marzo de 1942 en la prisión de Alicante.

Durante la guerra compone Viento del pueblo (1937) y El hombre acecha (1938) con un estilo que se conoció como “poesía de guerra”. En la cárcel acabó Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941). En su obra se encuentran influencias de Garcilaso, Góngora, Quevedo y San Juan de la Cruz.

Vientos del pueblo me llevan *

Vientos del pueblo me llevan, vientos del pueblo me arrastran,

me esparcen el corazón y me aventan la garganta.

Los bueyes doblan la frente, impotentemente mansa,

delante de los castigos: los leones la levantan

y al mismo tiempo castigan con su clamorosa zarpa.

No soy un de pueblo de bueyes, que soy de un pueblo que embargan

yacimientos de leones, desfiladeros de águilas

y cordilleras de toros con el orgullo en el asta.

Nunca medraron los bueyes en los páramos de España.

¿Quién habló de echar un yugo sobre el cuello de esta raza?

¿Quién ha puesto al huracán jamás ni yugos ni trabas,

ni quién al rayo detuvo prisionero en una jaula?

Asturianos de braveza, vascos de piedra blindada, valencianos de alegría

y castellanos de alma, labrados como la tierra

y airosos como las alas; andaluces de relámpagos,

nacidos entre guitarras y forjados en los yunques

torrenciales de las lágrimas; extremeños de centeno,

gallegos de lluvia y calma, catalanes de firmeza,

aragoneses de casta, murcianos de dinamita

frutalmente propagada, leoneses, navarros, dueños

del hambre, el sudor y el hacha, reyes de la minería,

señores de la labranza, hombres que entre las raíces,

como raíces gallardas, vais de la vida a la muerte,

vais de la nada a la nada: yugos os quieren poner

gentes de la hierba mala, yugos que habéis de dejar

rotos sobre sus espaldas.

Crepúsculo de los bueyes está despuntando el alba.

Los bueyes mueren vestidos de humildad y olor de cuadra;

las águilas, los leones y los toros de arrogancia,

y detrás de ellos, el cielo ni se enturbia ni se acaba.

La agonía de los bueyes tiene pequeña la cara,

la del animal varón toda la creación agranda.

Si me muero, que me muera con la cabeza muy alta.

Muerto y veinte veces muerto, la boca contra la grama,

tendré apretados los dientes y decidida la barba.

Cantando espero a la muerte, que hay ruiseñores que cantan

encima de los fusiles y en medio de las batallas.

*Del libro de poemas “Viento del pueblo”, publicado en 1937.

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