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Memoria, juicio y castigo

Desde Radio 36 Centenario no olvidamos lo que ocurrió, antes, durante y después de la última dictadura cívico militar en Uruguay con cientos de compatriotas que fueron detenidos , torturados y desaparecidos.

Líber Arce  nació el 30 de octubre de 1938 en Montevideo. Militante de la UJC, estudiante de la Escuela de Auxiliares de Odontología.

Fue asesinado en una movilización realizada por las Facultades de Odontología, Medicina y Veterinaria que saliera de esta última en la mañana del 12 de agosto de 1968.

El agente Tegliachini fue el autor del disparo que alcanza a Líber en la pierna interesándole la vena femoral.

El asesino fue identificado porque un militante logró arrancarle la gorra, que luego fue exhibida durante varios días en el mástil de la Facultad.

Trasladado para su atención, el joven estudiante necesitaba constantemente de transfusiones de sangre que así como recibía perdía inmediatamente, hasta su fallecimiento dos días después, el 14 de agosto.

Los médicos que lo atendieron en el Clínicas no recordaban precedentes de parecido volumen en materia de transfusiones sanguíneas: más de 40 litros, aportados a toda velocidad por decenas y decenas de estudiantes y obreros que respondieron al llamado y llenaron cientos de frascos con su solidaridad. Sería inútil.

Poco después de recibirse la información de su muerte, un gran cartel fue colgado desde el primer piso del edificio universitario: «Líber Arce ha muerto», decía simplemente. Entonces aún no se sabía que un texto de esta naturaleza podía revestir, a juicio del superior gobierno, carácter subversivo. Pero lo tenía. Todos y cada uno de los carteles, pizarrones o muros que dieran cuenta del hecho, serían ineludiblemente subversivos.

Aunque sólo exhortaran: «Silencio: murió Líber” o «Silencio ante nuestro compañero asesinado». Es que el joven Arce acababa de consumar su último y artero acto de subversión: morir.

Difundirlo, comunicarlo, publicarlo, sería considerado así como una adhesión a su criminal atentado contra las instituciones. Diarios, radios y canales de TV fueron rápidamente notificados: no había ocurrido nada, nadie había muerto. Se incurrió, además, en la paradoja: se permitía la publicación de avisos fúnebres por parte de los familiares de Líber, pero no por nadie más.

En otras palabras, no ha habido ninguna muerte, pero si hubiere llegado a haberla, se trata en todo caso de una muerte personal, privada; no tiene interés para nadie sino para los deudos de Arce. Por una vez, aunque fuera sólo por esa vez, tenían razón. Sólo que no supieron entender que el muchacho tenía miles, decenas de miles, centenares de miles de deudos.

Estudiantes, empleados, obreros, amas de casa, comenzaron a montar a las once de la mañana del miércoles 14 una espontánea y silenciosa guardia en la explanada universitaria, mientras la noticia se extendía -a despecho del silencio oficial- por toda la ciudad. Las horas siguientes fueron aportando poco a poco más y más gente hacia la universidad.

Después del mediodía y hasta la noche, incesantes grupos de trabajadores fueron abandonando sus tareas, incluso con la aprobación de sus patronos, para sumarse a la multitud que custodiaba el féretro. Las más diversas instituciones se hicieron presentes y sus delegados se fueron turnando para rodear el cuerpo de Arce en el hall de la universidad.

En la tarde del jueves ya varias decenas de miles de personas habían circulado por allí y testimoniado con flores y silencio su indignada congoja. No hubo un solo incidente. Brigadas de estudiantes y obreros, munidos de brazaletes identificatorios, se esforzaron eficazmente para impedir todo posible desorden.

Pasadas las cuatro de la tarde del jueves el féretro de Líber Arce emprendió el lento camino hacia el cementerio del Buceo. A lo largo de 18 de Julio, Avenida Italia, Rossell y Rius y Rivera, el pueblo lo condujo a pulso. «Marea humana», tituló su crónica de los hechos «Clarín» (de Buenos Aires) al día siguiente, calculando en más de 150.000 el número de manifestantes.

Esa fue la estimación hecha por la agencia noticiosa norteamericana UPI, cuyo corresponsal consigna también: «uruguayos mayores de cincuenta años aseguran que jamás presenciaron una demostración tan numerosa ni imponente, que se interpretó como expresión de oposición a Pacheco Areco».

Allí estaba la clave. No se trataba sólo del entierro de un muchacho caído en un enfrentamiento con la policía. El velatorio y el sepelio de Líber Arce fueron una formidable expresión de voluntad política del pueblo uruguayo. Difusa, imprecisa, es cierto; pero manifestada con toda la maravillosa elocuencia de una muchedumbre que camina en silencio, con los dientes apretados y una meta común.

No había necesidad de hablar; el signo de esa expresión de voluntad se imponía por sí mismo. Y no hay ahora, tampoco, necesidad de mayores explicaciones. Prácticamente todo aquel que pueda leer esta crónica, estuvo allí y lo sabe por sí mismo. Pocas veces en la historia de este país un régimen debe de haber recibido un NO tan rotundo.

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